Lucy y una tarde en la cocina

jueves, 3 de febrero de 2011

Hace mucho tiempo que Lucy no iba a visitar a su madre, así que decidió que ese sería un buen día para ir a verla.

La madre, no vivía muy lejos, pero Lucy siempre tenía muchas cosas que hacer y nunca encontraba el momento adecuado para acercarse a hacerle una visita.
A Lucy le encantaban ,sobre todo, unas ricas magdalenas de sabor a vainilla que hacía su madre y que, a su vez, le había enseñado a hacer "la madre de su madre", es decir, la abuela de Lucy.
Lucy, estaba caminando, pensando que lo primero que le diría a su madre, después de abrazarla y  darle muchos besos, sería que le hiciera esas maravillosas magdalenas, para poder recordar todos los momentos bellos que había pasado cuando se comía una de esas delicias. Porque ¡si no lo sabéis, niños!, cuando uno come algo que le gusta y que lo ha hecho su madre o su abuela,  tiene un sabor especial ...y pasaréis el resto de vuestras vidas intentando volver a comer esa delicia, que tenía ese sabor tan rico... pero nunca lo lograréis, porque cómo lo hacen nuestros seres queridos, no lo hace nadie en este mundo.
Y así fue como Lucy se plantó delante de la puerta de la casa de su mamá y cómo empezaron a llegarle a su naricitas los familiares aromas del interior de esa casa, que ella tan bien conocía.
Llamó a la puerta y ¡cuál fue su sorpresa! cuando vio que en el interior de la casa además, de su madre, estaba también su abuela y estaban preparándolo todo para hacer las famosas y deliciosas magdalenas sabor a vainilla que tanto le gustaban.
Así fue  cómo tres generaciones de la familia de las luciérnagas, se pusieron a preparar ese manjar, manchándose de harina, huevo, anisetes y otros ingredientes más que no explicaré, porque ésta es  una receta mágica, que sólo pueden conocer las luciérnagas de esta familia.
Fin.

Lucy y la higiene de los pequeños

jueves, 6 de enero de 2011

Lucy estaba en su casa, preparándose la comida, cuando recibió la visita de Doña Lola, la profesora de los niños, a la que se la veía muy contenta, porque tenía un grupo de peques, muy buenos y muy listos.

Cada año por estas fechas, Doña Lola, siempre se acercaba a la casa de Lucy, para pedirle ayuda, con los más pequeños.

La profesora, quería que Lucy, se acercara al colegio, para darles unas clases, acerca de la higiene personal. A Lucy, le parecía una idea estupenda, porque de esa manera estaba cerca de los peques y podía ayudar a la comunidad, en lo que se le pidiera.
Cómo cada año, les hablaría de las mismas cosas, acerca de cómo deben de lavarse las manos, el pelo, las uñas y lavarse detrás de las orejas, pero lo que realmente ponía a prueba la paciencia de Lucy, era hacérselo entender a los más guarros, los “cochinillos” ya que ellos, estaban todo el día, rebozados por el barro y era cómo mejor se encontraban.
Lucy, se acercó al colegio y preparó sobre la mesa, todo lo que iba sacando de su mochila. Eran juguetes y muñecos, que le servirían para ensuciarlos en una bañera, que llenaría con agua sucia y que los peques, utilizarían para limpiarlos.
Poco a poco, fueron llegando los alumnos a la clase, y ocupando sus asientos. Estaban contentos de que en la clase, hubiera tantos juguetes y una bañera con agua sucia.
Lucy, empezó diciéndoles que se sentaran y que prestaran atención. Les dijo, que se tenían que lavar las manos antes de empezar a comer, porque si no, la comida, se llenaría de bacterias y gérmenes y después se pondrían malitos.
También les dijo, que cuando se bañaran, tenían que frotarse todas las partes del cuerpo, con mucha fuerza, para poder brillar cómo un diamante y gustarle a los demás.
Les dijo, que después de comer, siempre se tenían que lavar los dientes, para de esa manera, no tener caries, y no tener que ir al dentista, para que les cure.
Estaban todos muy atentos a las explicaciones de Lucy, cuando ésta, se iba acercando a la bañera con el agua sucia, y de repente tropezó y se calló dentro, poniéndose totalmente perdida de suciedad, y todos empezaron a reírse, diciendo que la "seño" se iba a tener que lavar muy bien, para quitarse toda esa porquería.
Los que estaban más contentos, eran los cochinillos, que decían sin parar de reírse, que la seño, quería ser cómo ellos.